Nace y muere de una vez,
una luciérnaga apagada,
un mar de pétalos.
En mi mente,
un manzo rocío de pesares,
una pena que se confunde
con el bosque perezoso
con el agua turbia de la vida.
Mi cabeza,
un pedazo de inesperadas sorpresas
una riviera de invierno sin fin,
y que sin duda esas sorpresas
dejarán la huella
de mis espíritus complices
en mi cubierta de mármol
con tendencia a la intimidad
de mi propio odio.